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Ines y sus apetitos  

Santoarc 57M
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6/5/2011 10:39 am
Ines y sus apetitos


Pocas veces se podrá hallar una criatura más dulce que Inés. Por cualquier lado que se la mire irradiaba ternura, belleza y sencillez. Con casi 16 años cumplidos, su figura delgada pero muy bien repartida, una altura poco común para su edad y una cabellera negra que le llegaba hasta la cintura la hacían una de las mujeres más hermosas de la comarca. Cuando ella visitaba el pueblo cercano a su casa, cosa que hacía pocas veces al año ya que tenía todo lo que necesitaba en su casa, nadie podía dejar de admirar esa esbelta figura, jovial, sonriente y a la vez excitante tanto para los hombres como para muchas mujeres, Era la hija de un hacendado, el cual había pasado su vida dedicado totalmente a su campo. Su madre se había marchado cuando ella era niña y su padre le había dado todos los gustos que ella quería menos uno; su compañía. Ya de pequeña le contrató una institutriz que se encargó de su educación y cuidado , y eran contadas las veces que padre e hija estaban juntos. No obstante, Inés tuvo cierta felicidad en su niñez, ya que su institutriz, una hermosa mujer quince años mayor, le enseñó todo lo que ella sabía, incluso en los últimos años fue quien la introdujo en los conocimientos del sexo, ya que esta mujer, de tendencias lésbicas, allá por los doce años de Inés, comenzó a acariciarla, a mimarla, a darle cariño y algo más. Inés aceptó de buena gana las atenciones de su institutriz, y en los últimos tres años aprendió a disfrutar de placeres que antes no había imaginado. Nunca conoció otra cosa que las manos y la lengua de esa mujer, pero para ella lo fue todo.

Inés llegó así a los 16 años de edad, rodeada de abundancia y de cuidados, sin que le faltara tampoco la satisfacción sexual, visto desde el punto de vista unico que ella conocía, pero sin haber conocido jamás la palabra familia .

Quiso la desgracia que a esa edad su padre contrajera una dura enfermedad. Bruscamente todo comenzó a cambiar. Los gastos médicos y la menor dedicación a sus negocios hicieron rápidamente mella en las finanzas del establecimiento. Su padre se fue endeudando cada vez más y llegó al punto de estar prácticamente arruinado. Su delicada salud le quitó las fuerzas para seguir al frente del campo. No sin gran dolor de su hija, se vio obligado a despedir a la mujer que había cuidado de su hija por más de diez años. Ines se sintió morir. Quién le proporcionaría entonces esos placeres que su amiga tan delicadamente le había inculcado. Quedó realmente procupada, esperando a ver como se desarrollaban los acontecimientos. Los gastos médicos y los intereses de préstamos que su padre tuvo que abonar, pronto hipotecaron totalmente los bienes. Fue entonces que un día, debilitado por la enfermedad que llevaba hace ya un año, enfermedad que no era terminal pero si degenerativa, su padre se encontró sin dinero, sin fuerzas y lleno de deudas, y quiso la mala fortuna que el principal acreedor del campo fuera el señor Franchon , un hombre grotesco, ordinario a más no poder, pero lleno de dinero, sin escrúpulos y con inclinaciones sexuales bastante obscenas. Le tocó al padre de Inés discutir con esta persona la forma de saldar las deudas, discusión que no tenía muchas vueltas. Casi nada para ofrecer y mucho para pagar lo llevaron a quedar totalmente en manos de ese repugnante ser humano. Fue así que el padre tuvo que firmar todo lo que le presentaron. Entonces el señor Franchon, viendo la situación favorable que se le presentaba, presentó al padre de Inés una solución económica a todos los problemas diciéndole.

"Tu estás viejo, ya no puedes estar al frente de este campo, te cancelo la deuda, te doy una casa en el pueblo y una renta par tu manutención a cambio del campo completo, y cuando digo completo es con todo lo que hay dentro, especialmente a tu hija Inés."

Inicialmente quedó mudo, no supo que contestar. Evaluó la situación y no le veía salida por ningún lado. La otra opción era la cárcel y aún así perder todo. No le costó mucho tomar la decisión. No había un lazo tan profundo con su hija, a la que poco había atendido en su vida, y fue así que aceptó. Ese mismo fin de semana dejaría la hacienda, llevándose sus más importantes pertenencias personales, pero dejando a su única hija en manos de un hombre realmente asqueroso. Pero no tenía opción.

Ese mismo día fue a hablar con Inés, le explicó con pocos detalles los problemas financieros, la perdida de la hacienda, y le dijo que ella no se preocupara, que había negociado su permanencia en la casa, tal vez haciendo algunos servicios para pagar su mantenimiento. Lo cierto es que no fue muy explicito, y ella también lo tomó a la ligera. Seguía dolida por la ida de su amiga y amante, más aún cuando ésta ni siquiera se había despedido de ella, y nada le importaba en demasía, y vaya si había cosas que debería saber, como por ejemplo el hecho de en que condiciones seguiría habitando la casa, como sería su manutención etc. Etc. Pero prefirió esperar a hablar con el nuevo dueño. De un día para el otro se encontraría sin casa, sin familia y teniendo que trabajar para mantenerse. El mundo se le venía encima .Y pronto llegó el momento. Lo que Inés ignoraba era que los acontecimientos se precipitarían en forma vertiginosa, y nada para mejorar su vida.

El señor Franchón ocupó la hacienda ese mismo fin de semana. En una casa cercana a la principal había quedado instalada Inés y dos personas que se encargaban de la jardinería y de la cocina. Llamó de inmediato a Inés, el mismo, a pesar de que era casado y tenía una esposa se moría por tener cerca de tan delicada criatura. Su esposa, una mujer de más de 50 años, de muy mal carácter , conocida en la zona como muy depravada estaba presente en el diálogo. Se hablaba que ésta mujer tenía inclinaciones lésbicas, y que ninguna de sus acompañantes le duraba mucho tiempo. La miraban como a una extraña criatura, como evaluándola, le preguntaron si sabía que ella ya no era más dueña del establecimiento, a lo que contesto que sí. Dijo que si ellos aceptaban se quedaría y pagaría con servicios, al menos por un tiempo, hasta ver que sería de su futuro.

Fue entonces cuando la señora Franchón la cortó en seco, le dijo que se callara, que ella no entendía nada. Un escalofrío invadió a Inés. La entonación de la voz de la señora no le presagiaba nada bueno. "Escucha bien" le dijo, somos dueños de esta casa con todo lo que está adentro, tú inclusive. No tienes derecho a ofrecer nada, eres nuestra, cien por ciento nuestra. Y desde este momento estás a nuestro servicio. En lo que a mi respecta, solo eres una puta. Mírate, te piensas que por tener buen cuerpo todos se mueren por ti, pues verás, te pondremos al nivel de cualquier animal de esta hacienda, porque solo eres eso, un animal. Su esposo, que había permanecido callado le pidió que se acercara. Inés estaba paralizada de terror. No sabía que hacer, pero sin darse cuenta se acerco a ese repugnante hombre, que prácticamente se babeaba por ella. Este la empezó a manosear, Inés intentó retirarse, pero la asió fuertemente de un brazo y la tocó todas las partes de su cuerpo, senos, culo, y la entrepierna. Inés , imposibilitada de escapar, lloraba amargamente, pedía por favor que la dejaran ir, pero este matrimonio solo reía. Entonces la soltaron, Inés quiso salir corriendo pero no sabe por que no lo hizo. El marido le comentó a su esposa.

Tiene mucha ropa, vístela con un saco de arpillera, con dos agujeros para los brazos y uno para la cabeza. Esa será su vestimenta de aquí en más, venderemos sus vestidos, como ya te dije, todo lo que acá adentro hay es nuestro cerda. Inés estaba inmóvil, la señora Franchón le quitó toda la ropa, dejándola completamente desnuda frente a ambos, y ella no atinó a nada. Había algo que no lograba entender. Quería huir despavoridamente de ahí pero algo interno se lo impedía. No sabía bien que, tal vez curiosidad, tal vez esa extraña excitación que sintió con los manoseos del señor Franchón, o tal vez solo miedo, pero no dijo una palabra. Secando sus lágrimas, ahí, desnuda frente a sus nuevos amos, Inés solo atino a decir: "Estoy a vuestras órdenes". Fue entonces que se le otorgó una bolsa de arpillera, a la que se le hicieron tres agujeros para sus extremidades superiores y su cabeza como todo vestido. La bolsa le cubría hasta un poco más abajo del ombligo, con lo que dejaba expuesto todo su pubis y su culo, ese hermoso y rosado culo que el señor Franchón tanto soñó tener. También le fue asignado un espacio en el establo de los animales, de aproximadamente un metro por dos metros, una cama formada de paja y hierbas, un balde con agua para asearse y un comedero en el piso para dejarle la comida y un recipiente para sus necesidades fisiológicas. Acá dormirás , le dijeron, acá comerás y acá harás tus necesidades, ya es mucho para una cerda como tu.

Te levantarás a las seis de la mañana, tu trabajo será alimentar a las bestias y a las ocho de la mañana preparar el desayuno para tus amos, nosotros por supuesto, el que deberás servir cuando se te llame sin atrasos. El resto del día lo utilizarás en las tareas que te asignemos, serás la encargada de la limpieza de la casa, de los baños, de la cocina , alimentarás los cerdos, las vacas , los perros y los caballos, los lavarás todos los días y de noche deberás presentarte nuevamente frente a nosotros, quienes seremos los que te dirán cuando ir a dormir. Deberás prepararnos el baño caliente a ambos, estar a nuestro lado cuanto lo tomemos por si necesitamos cualquier cosa, y todo sin pronunciar más que si amo o si ama. Tu comida serán las sobras del día, en caso de que sobren, sino la compartirás con los cerdos, que por cierto comerán primero, la llevarás a tu lugar de residencia y comerás sola ahí. De ahora en más vivirás para servirnos, serás un animal más de estancia, y en caso de no quedar contentos con tu aplicación, pues serás menos que un animal, ya que irás a vivir con los cerdos. Vete ahora puta desgraciada, vete a limpiar a las bestias, sin abrir la boca, y mas vale que no intentes nada extraño, porque sino te podremos cadenas en pies, manos y cuello, y te será muy difícil caminar así. Vete y vuelve a medio día, te necesitamos debajo de la mesa a la hora de comer. Y riendo el señor Frnchón la despachó con un puntapié en el culo, saboreando ya los placeres que esta muchacha le proporcionaría. Inés salio raudamente, casi desnuda, con una sucia bolsa de arpillera como única ropa, pero algo le llamó la atención. Se tocó la entrepierna y estaba completamente mojada. No sabía por qué. Pronto lo averiguaría.

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