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Relatos a la luz de la luna
Relatos escritos a la luz de la luna - Thai
Posted:Oct 24, 2009 3:29 am
Last Updated:Apr 29, 2024 5:56 pm
4113 Views
La verdad es que no lo recuerdo… no recuerdo que nuestras miradas se cruzaran en las duchas del gimnasio del colegio mayor; tampoco recuerdo sentirme observada por ella, ni siquiera cuando íbamos todas en pandilla de compras por Madrid.
Me sorprendió recibir su correo. Bueno, era curioso que todas mantuviéramos aún las mismas cuentas de correo que usábamos en la Universidad. Yo ya llevaba un tiempo sin responder a esos correos sueltos que mandaba alguna de vez en cuando. De hecho, me había saltado las dos últimas ‘kedadas’… Era curioso, las más activas mandando correos y recordando las juergas de la facultad eran las que, con los años, habían vuelto a su ciudad natal. Las ‘provincianas’, como gustaba llamar a las novatas del primer año del Colegio Mayor que venían de fuera de Madrid.
Pues sí, me sorprendió su correo, no me esperaba que se terminara dedicando a esa materia con los años: ‘Quedáis invitadas a un par de sesiones en mi nuevo centro de relax y masajes’. Alba haciendo masajes!!! Aún la recordaba con sus blusitas con el caballito bordado, con sus minis de escándalo los sábados por la noche… Algo tenía que haber cambiado en su cabecita, porque sí la veía tumbada en una camilla recibiendo un masaje exclusivo de chocolate o de polvo de oro… pero no siendo ella la quiromasajista… Eso había que ir a verlo, y así fue.
Era jueves… pensé que un masajito antes de salir por la noche quizá estaría bien. Hacía calor en Madrid ese día, y salí del Metro con la chaqueta en una mano, y por primera vez esa primavera, en manga corta, la blusa blanca de cuello mao que tanto me gustaba por lo entallada que era y la cinturita que tan bien me acentuaba. Era una de esas blusas que me subía la moral por las miradas que provocaba y la que utilizaba en esos días en los que la ración de chocolate nocturno no había sido suficiente para satisfacer mi apetito de deseo… pero ese día no la necesitaba para sentirme atractiva. Esa noche el plan nocturno era interesante y el masaje me ayudaría a llegar más relajada.
Llegué por fin; el local era un bajo con una bonita decoración oriental, música chill-out, ligera iluminación, en segundo plano, y un olor a vainilla que en seguida me recordó su perfume preferido en los tiempos de la carrera. La señorita de la recepción tenía rasgos asiáticos y amablemente me preguntó mi nombre y el motivo de mi visita. Pregunté por Alba, y ella utilizó la línea interna para localizarla telefónicamente. Me preguntó si quería un refresco, recogió servilmente mi chaquete y mi bolso, y me acompañó a una sala de espera interior, con unos sillones individuales de diseño que invitaban al relax. Allí espere un par de minutos hasta que de nuevo la recepcionista volvió con un té helado con aroma dulce. Mientras me lo entregaba me indicó que Alba tardaría unos minutos porque estaba terminando de vestirse. ¿Terminando de vestirse? ¿Se estaba echando la siesta?
Tardó unos 10 minutos en aparecer en escena. No la recordaba tan bella. Su pelo rojizo casi alcanzaba la cintura, ligeramente ondulado y algo húmedo por una ducha reciente, un conjunto negro, de falda ajustada y blusa negra de mangas asimétricas hacía resaltar más aún sus ojos verdes y el tono de su pelo. Su cara, afilada, como la recordaba, de nariz puntiaguda y pómulos tímidos. Los pies descalzos, al igual que la recepcionista. Me dedicó una sonrisa desde el dintel de la puerta, y se acercó con celeridad pronunciando un saludo muy educado con una voz cercana al susurro: ‘Siempre radiante y espléndida… me encanta volver a tener la oportunidad de verte’. Su aroma seguía siendo el mismo, el de su perfume de tonos vainilla, dulzón y contundente.
Charlamos unos 15 minutos recordando la última vez que nos vimos hacía ya unos 5 años, e introduciendo el motivo de su nuevo negocio: un viaje de ocio a Tailandia había cambiado su vida. Había conocido allí las técnicas orientales del masaje y había montado el negocio con una amiga después de haber estado estudiando durante un par de años quiromasaje y después de haber vuelto hasta cinco veces a Tailandia. Un cambio radical después de haber comprobado que la elección de la carrera no había sido para nada acertada en cuanto a lo que luego realmente le motivaba y llenaba su vida de sentido (bueno, con eso no se alejaba demasiado de la realidad de la mayor parte de los mundanos como yo).
Me indicó que estaba invitada a un par de sesiones para que comprobara cómo de beneficioso podía ser para mí convertirme en cliente asidua de su negocio. Me explicó las diferentes técnicas y modalidades que ofrecían, haciendo énfasis en sus masajes tailandeses, y me invitó a pasar y prepararme para un primer masaje thai manual en todo el cuerpo. Yo me dejé llevar por su propuesta, al fin y al cabo eran pocos los masajes profesionales que había recibido hasta ahora (sí, sí… aquí no cuentan los masajes recibidos durante alguna de mis relaciones). Me condujo hasta una sala amplia, con una fuente de agua enorme en uno de los ángulos, y un amplio futón japonés en el centro. Apenas había luz, la que ofrecían unos enormes velones rosas alrededor de la fuente. Junto al futón, un armarito bajo lleno de botes de esencias, aceites, paños de seda y toallas mullidas de algodón. Me acompañó hasta el futón, acercó un pequeño y moderno galán disimulado junto a la fuente y me indicó lo que venía: ‘Desnúdate por completo, túmbate boca abajo en el futón y yo vuelvo en unos minutos en cuanto estés lista’. Me llamó la atención lo de ‘por completo’… No sé, será normal en este tipo de situaciones y a mí, la verdad, me encanta estar desnuda y cómoda.
Ella se ausentó de la sala, y yo me dejé envolver por la música ambiental, por el rumor del agua y por el aroma a vainilla mientras me desnudaba lentamente para empezar a relajarme y prepararme para el masaje. Me tumbé en el futón, las sábanas de raso que lo cubrían y el olor que se desprendía del suavizante usado completaban a la perfección la sensación de tranquilidad global, haciendo muy agradable mi espera.
Me sobresaltó su voz tan cercana… no la oí volver hasta notar el ligero susurro de su voz junto a mi hombre derecho: ‘Ahora relájate mientras empezamos’. El sobresalto agudizó mi sentido del oído: escuché el roce de una toalla templada desde el armario bajo hasta cubrir mis nalgas y a continuación percibí el frotar de sus manos, calentando el aceite que delicadamente empezó a repartir por mi espalda y mis hombros. Sus manos, cálidas, se movían firmemente, pero sin perder en absoluto la delicadeza. Volvió a untar sus manos y la intensidad de sus manos aumentó, amasando los músculos de mi espalda, repasando los contornos de mis vértebras, de mis omóplatos y de mi cuello. A continuación, fueron sus antebrazos los que recorrieron mi espalda, e incluso sus codos, de forma firme y placentera, puesto que relajaban mis músculos sin ningún dolor ni incomodidad. Siguió con mis hombros y mis brazos mientras yo pensaba que, sin ser una experta en la materia, había llegado a la conclusión de que era verdad que realmente, había encontrado su verdadera vocación.
Volvió a susurrarme en el oído: ‘Si mi peso te molesta, avísame para cambiar de posición’. Entonces se puso de rodillas, como cabalgando sobre mi espalda, pero sin llegar a posarse sobre mí. Me daba la espalda, estando yo aún boca abajo. Entonces me di cuenta por primera vez desde que había comenzado el masaje que su indumentaria había cambiado: llevaba unas braguitas negras, de ligero encaje, y una camiseta negra de tirantes ajustada a su atlético y fibroso cuerpo. El roce de sus pantorillas en mis costados me despertar un poco de mi letargo y relax: era muy agradable el tacto de su suave piel sobre mi espalda lubricada por los aceites que había usado anteriormente. Estaba distraída en ese roce cuando noté un ligero cambio de temperatura en mi culito: apartó la toalla por completo, y comenzó a masajear la cara externa de mis muslos y a amasar, como si de una masa recién hecha se tratara, mis nalgas. De vez en cuanto, descendía por la cara interna de mis muslos hasta mis rodillas.
El cambio de territorio me despertó aún más de mi anterior letargo. Esos roces en mis muslos, esos cambios de presión y de tensión en mis nalgas comenzaban a excitarme lentamente. Sin embargo, la situación me mantenía en tensión por los extraños pensamientos que me ocupaban: tengo a Alba encima haciéndome un masaje en el culo después de no vernos durante más de cinco años??!! Estoy desnuda con una mujer en braguitas sentada sobre mí??!!
De ahí al final del masaje estuve más despierta si cabe, cualquier movimiento de sus brazos se traducía en mi mente en nuevas sensaciones y en una mayor excitación entre mi entrepierna. Temía incluso dejar alguna pista y humedad sobre las sábanas de seda… El tramo de masaje sobre la cara interna de mis rodillas fue intenso y apasionante… y el final en la planta de mis pies la apoteosis de esa mezcla entre cosquillas y placer.
Estaba recuperándome de esos últimos envites cuando su voz volvió sobre mis hombros: ‘Ahora deberías darte la vuelta, pero se nos ha hecho un poco tarde y hemos llegado a la hora que había marcado como límite’.
¿Por delante? Si los roces en mis nalgas me habían encendido inesperadamente, no me imagino que podría pasar estando boca arriba. Me levanté un tanto apresuradamente y oculté mi desnudez con la toalla de ducha que tenía a mi derecha. Alba me ofreció la posibilidad de ducharme accediendo por la puerta que se mimetizaba perfectamente junto a la fuente de agua. Accedí y me duché rápidamente, intrigada, semi-excitada y con los músculos tonificados. Terminé de vestirme y utilicé la otra puerta de la sala de duchas para volver a la recepción. Allí, Alba había recuperado la primera vestimenta con la que se había presentado, y me ofreció una bebida refrescante a la vez que disparó la penúltima frase que intercambiamos ese día: ‘Estaré encantada de verte de nuevo mañana mismo. Si me honras con tu visita, recibirás un masaje especial, obsequio de la casa, continuación del de hoy’.
Me despedí aludiendo que no sabía si la siguiente tarde podría pasar. Me reservó hora a las 19:00 y yo le indiqué que llamaría si no resultaba posible visitar su local. Sin embargo, internamente, tenía claro que quería volver al día siguiente… pero siempre me gustaba dejar las cosas en el aire para mantener el misterio.
Esa noche, me sorprendí a mi misma desconectada de la juega del grupo pensando en lo que podría ocurrir en ese nuevo masaje. Igualar lo de la tarde ya sería espléndido. Pero esa media sonrisa de Alba mientras me ofrecía la siguiente sesión me tenía intrigada y, hasta cierto punto, ansiosa. Apuré la noche más rápido de lo normal, y me retiré a descansar anhelando la llegada del día siguiente.
El trabajo pasó, más lento que de costumbre, y conseguí escapar pronto para llegar al local de Alba a las 19:00 en punto. Ella misma me recibió en la recepción. Charlamos para romper un poco el hielo de temas totalmente banales hasta que ella siguió la sucesión de actos del día anterior y me pidió que le acompañara a la sala de masajes. Esta vez me llevó a otra sala. El futón central era redondo, de satén marfil sus sábanas, no había fuente, y al poco distinguí otras diferencias: en el techo, un espejo de igual tamaño que el futón, en la habitación más luz en la otra sala, y el olor distinto, frutal, ausente totalmente ese aroma a vainilla. Al igual que el día anterior, me ofreció el galán y me invitó a desnudarme mientras ella se preparaba. Me desnudé más ágil que el día anterior, me tumbé boca abajo sobre el futón, pero con mis sentidos más despiertos, atenta a cualquier rumor o cambio ambiental. Así, la oí entrar, descalza, ágil y a la vez silenciosa. El futón recibió su cuerpo sin apenas modificar mis postura, y su susurro encendió todas mis alarmas sensoriales: ‘Hoy, prepárate a disfrutar y déjate llevar’.
De nuevo, el roce de sus manos para calentar el aceite. De nuevo, las manos sobre mi espalda. De nuevo los antebrazos y los codos… De repente… su cuerpo desnudo. Sí, noté que se alzaba a horcajadas sobre mí, y comenzó a posar su cuerpo desnudo, terso y lubricado sobre mi espalda. Notaba el roce de sus pezones duros sobre mi columna vertebral, sobre mis nalgas. Frotaba su torso sobre mí mientras sus manos recorrían mis costados. Después fueron sus piernas… sus rodillas recorriendo mis piernas arriba y abajo. Presionó mis muslos entre los suyos, alternado la presión con sus manos en mis nalgas y en la cara interna de mis muslos… Todo ello encendió mis motores por completo y me obligaba a gemir y suspirar a cada nuevo movimiento suyo.
Entonces, su voz de nuevo: ‘Ahora boca arriba, tengo una sorpresa para ti’. Se aceleró el ritmo de mis latidos mientras me giraba. Allí estaba ella, a mi derecha, espléndida, brillante bajo la luz por efecto del aceite sobre su piel. Sus pezones erectos, delicados y retadores. A pesar de estar de rodillas, su sexo totalmente depilado se hacía evidente y excitante. En el techo, mi imagen desnuda, sonrojada y ansiosa. Y… a mi izquierda, apenas a un metro de mí, la recepcionista asiática, desnuda, brillante también bajo la luz. Su mirada, sumisa y tranquila se cruzó con la sorpresa de mi mirada. Sin moverse apenas, me dirigió una preciosa sonrisa y una ligera inclinación de su cabeza. Alba se acercó a mí y de nuevo me susurró al oído: ‘Déjame vendarte los ojos’. Me abandoné a su petición, estaba excitada y ansiosa de notar de nuevo su roce sobre mi cuerpo. Más aún después de ver a esa preciosa jovencita thai dispuesta a ofrecerme sus habilidades. Rodeó mi cabeza con un pañuelo de seda que impedía mi visión mientras rozaba mi mejilla con sus labios.
Noté entonces que Alba cogía mis manos y me ayudaba a incorporarme. El roce sobre las sábanas del futón me ayudó a localizar a su ayudante a mi espalda. Sus brazos rodearon mi cintura y me ayudaron a tumbarme lentamente, con ella a mis espaldas, sirviéndome de respaldo. Me apoyé por completo en ella mientras notaba cómo sus piernas me rodeaban por mis costados y sus talones pasaban por encima de mis muslos para comenzar un masaje por la parte superior y la cara interna de mis muslos. Con ese movimiento, separó lenta y suavemente mis piernas.
Entonces noté el dulce aliente de Alba por mis tobillos, ascendiendo lentamente por mis piernas, rozando apenas mis sexo desnudo, soplando ligeramente por mi ombligo, pasando a unos milímetros de mis pezones erectos y aterrizando de pleno en mis labios. Y así imaginé en mi mente la escena que no podía ver pero que sentía plenamente: la ayudante asiática recorriendo mis brazos lenta y firmemente con sus manos y masajeando la cara interna de mis muslos con sus talones mientras el movimiento rítmico de sus caderas me apretaba dulcemente contra Alba. Ella, sobre mí, me besaba apasionadamente mientras sus manos recorrían mis costados y el contorno de mis pechos. Su muslo derecho, se rozaba contra mi sexo húmedo y ardiente al ritmo de las caderas de mi respaldo de deseo. Tras unos minutos devorándonos a besos comenzó de nuevo a rozar su cuerpo contra el mío, pero para nada de forma burda o grosera: sus movimientos estaban medidos al milímetro, y perfectamente acompasados con los de su ayudante. Sus pezones rozaban ligeramente los mios, excitándolos aún más, su sexo rozaba con el mio hasta hacerme notar el roce sobre mi clítoris y su aliento era el puente entre nuestras bocas.
En la siguiente hora y media lo que ocurrió fue una perfecta sucesión de posturas en las que nuestros cuerpos se acoplaban como imanes opuestos, en perfecta simetría asimétrica de deseo y pasión. Ambas saborearon la miel de mi sexo y me llevaron la primera vez al orgasmo lamiendo cada una mi clítoris y mi culito. Una tijera de costado con Alba y mi culito contra el sexo de su ayudante me llevaron al segundo mientras mis pechos recibían el masaje sabio de sus manos. Y el culmen llegó nuestras tres bocas entrelazadas y sus dedos en mi interior en varias modalidades.
Tras los tres asaltos, un masaje más fuerte en mi espalda y piernas a cuatro manos me ayudó a recuperarme.
Me duché y apenas medié palabra con Alba después de vestirme. Nos besamos dulcemente y nuestras miradas bastaron.
Desde entonces y durante varios meses después me concedía con regularidad el premio de sus masajes. Ninguno volvió a ser como aquél, pero todos fueron distintos y especiales. Ninguna de nuestras otras amigas dispuso de una experiencia como aquella… y aún no sé porqué. Quizá tenga que ir a Tailandia a averiguarlo… con ella, claro.
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Retales escritos a la luz de la luna - ROCES...
Posted:Oct 20, 2009 3:54 pm
Last Updated:Jan 19, 2010 12:28 pm
4080 Views
¿Nunca te has quedado mirando a algún extraño en el autobús, en el tren o en el metro porque algo de él te atraía en ese momento? ¿Y te has sorprendido a ti misma imaginándotelo desnudo? O mejor aún, ¿nunca te has imaginado cómo sería hacérselo con ese extraño que te ha llamado la atención nada más verlo o con el que te has cruzado varias veces en el autobús y siempre te ha provocado de alguna forma?
Yo siempre me he considerado una chica liberal en el aspecto sexual. Bueno, qué te voy a contar a ti, ¿no?.
Muchas mañanas, cuando mi única experiencia sexual de las últimas noches se había limitado a sacar del cajón alguno de mis juguetes de látex, mi excitación era tal que dejaba el coche en casa y utilizaba el transporte público con el único objetivo de sentir el roce, el calor humano de otro cuerpo... Me gusta esa experiencia. En un vagón repleto de gente, con alguna de mis faldas cortas o mis pantalones ajustados, con algún top o blusa que resalten mi escote, totalmente pegada a un miembro del otro sexo. Sí, al miembro... Eso al menos me servía para establecer un entorno adecuado por la noche, para motivarme con algún tema propicio, con la experiencia que me gustaría haber vivido y que se tiene que limitar a la coordinación entre mi imaginación, mis manos, alguno de mis juguetes y mis zonas erógenas... especialmente aquella que por la mañana hubiera tenido el roce, el contacto directo más excitante.
No sé si lo inició la excitación residual que me quedaba al llegar a mi trabajo alguna de esas mañanas o si, por el contrario, era mi propia naturaleza inquieta y liberal; el caso es que esa búsqueda del contacto, del roce lo trasladé también al ascensor del edificio en el que se encontraba mi empresa. Es un ascensor lento, 5 minutos y 35 segundos entre paradas y trayecto para llegar hasta mi planta desde el vestíbulo en hora punta al inicio de la mañana. Repleto, todos de cara a la puerta... curiosa forma de colocarse todos cuando un ascensor está repleto, ¿verdad?. El caso es que las paradas en cada planta y el entrar y salir de gente provocaban también esos roces que yo anhelaba esas mañanas de abstinencia... pero con una diferencia importante: con gente que conocía en algunos casos o que, al menos, veía habitualmente todos los días a esa hora o al terminar la jornada laboral.
Esa diferencia y mi mente excitada y anhelante me provocaban pensamientos y desembocaban en conclusiones que, ciertas personas, considerarían excesivos, inmorales. Así, llegué a la conclusión de que quitarme el abrigo una vez dentro del ascensor y mostrar la falda o el escote que escondía provocaba más roces; que con un top sugerente, todo varón se olvida de un educado ‘¿me permites?’... que a algunos la erección matinal les dura hasta llegar al asiento del trabajo...
El tema del ascensor se volvió un poco monótono. No encontraba la variedad que presentaba un vagón de metro o el 136. Claro... hasta que fijas un objetivo. Aquella mañana todos me resultaban conocidos o reconocidos salvo el chico que tenía delante. Digo chico porque, a pesar de mis 27 años, él me resultaba bastante más joven. A pesar de su traje de corte Hugo Boss, de esa corbata lisa malva, de ese perfume de 150 euros.
‘¿Me permites? Es mi planta’, ‘Sí, claro, cómo no’. Se giró para permitirme el paso y aproveché el momento para observar detenidamente su rostro. Sus ojos eran verdes, no azules cómo me pareció apreciar al principio. La mirada firme, pero con un matiz de timidez, ya que no aguantó fijamente la mirada. Quizá, ¿me observó rápidamente hasta donde la educación lo permitía? La nariz era rotunda, pero no escandalosa. La boca era pequeña, de labios finos. El afeitado muy apurado y las patillas afiladas, hasta la altura del lóbulo. ‘Gracias’.
Sólo dos plantas por encima de la mía: empresa auditora y consultora estratégica. Yo, chica de letras; las matemáticas nunca habían sido mi fuerte y parecía que eso también me afectaba cuando me relacionaba con la ‘gente de ciencias’... bueno, no hay que exagerar.
Varias veces a lo largo de ese día pensé si era un visitante ocasional, si era un nuevo empleado, qué planta podía ser en la que se encontraba en ese momento si seguía en el edificio...
Todo cesó a la mañana siguiente cuando no coincidimos en el ascensor... Visitante ocasional, sólo eso. Aún así, todavía albergaba ciertas esperanzas a la mañana siguiente, y a la siguiente. Sin duda un pensamiento acelerado y fomentado por mi experiencias nocturnas previas... experiencia individual, imaginativa, pero muy individual. Todo volvió a la monotonía del ascensor y a la diversidad momentánea del metro y del autobús.
‘¿Me permites?’. Aquella mañana llegaba muy cansada al trabajo. Apenas había dormido porque Laura se había empeñado en que saliéramos la noche anterior. Me había acostado apenas hora y media y en el metro había entrado y salido como una marioneta arrastrada por la multitud, por inercia. Pero todas las alarmas se encendieron al entrar aquella mañana en el ascensor. Allí estaba de nuevo, subía de las plantas inferiores, en las que sólo algunos privilegiados dejaban sus coches. Eso restringía las posibilidades: era gerente, eran los únicos con plaza fija en el parking. Cada vez estaba más intrigada porque me parecía bastante más joven que yo, pero ocupaba un puesto de poder. Me coloqué a su espalda, pero los movimientos del resto de las personas del ascensor hicieron que quedáramos uno al lado del otro. Su perfume era el mismo, el afeitado igual de apurado, el pelo largo y oscuro ligeramente engominado, la mirada al frente o al suelo. Hasta que mi mano rozó la suya en otro cambio de planta y nuestras miradas se cruzaron. No sé si aquello fue una sonrisa ‘tipo Da Vinci’ o si fue mi imaginación. Sus ojos me parecieron más verdes aún y una mirada rápida de arriba abajo me aportó más datos sobre él: delgado, fibroso, no mucho gimnasio, manos largas y dedos proporcionados, nudo de corbata Windsor, hebilla de cinturón mate de marca, bolsillo francés. No pude observar su trasero, lo único que me quedó por evaluar.... bueno, no lo único.
De nuevo abandoné el elevador antes que él, pero me despedí con un ligero roce de nuevo de mi mano y un rápido ‘Adiós...’ que no recibió respuesta.
curiosas la mente y la imaginación. Unos minutos antes estaba totalmente aletargada, casi inerme, dejándome arrastrar por la monotonía y la corriente de gente que todas las mañanas coincidía conmigo. Ahora tenía todos mis sentidos, todos los poros de mi piel, todas mis neuronas tremendamente despiertas y alerta. Esa sensación de otras veces, cuando te cruzas con alguien que te gusta, que te atrae, que te llama la atención... que te despierta el apetito sexual en definitiva. Esa sensación que a veces me convertía en una auténtica cazadora.
Pero de nuevo, como la primera vez, no tenía demasiadas posibilidades. ¿Subir y preguntar por alguien que no conocía de nada?, ¿esperar en el ascensor eternamente?. Rezar.... no es mi especialidad. Esperar y la suerte... como siempre. Y la verdad es que no me podía quejar si repasaba mi historial en ese sentido.
Y efectivamente, la suerte me sonrió esa misma tarde. Me tuve que quedar un poco más para terminar algunos asuntos pendientes y cuando me acerqué al ascensor eran casi las 8 y media de la tarde. Nadie en mis oficinas salvo el personal de limpieza. Odiaba esa sensación de saber que había trabajado más por el mismo dinero... era algo que intentaba evitar a toda costa, pero esos días en que era inevitable los odiaba con todo el alma. Sensación de odio que inmediatamente desapareció de mi cabeza al abrirse el ascensor. Allí estaba. Él solo, repasando la agenda de su PDA. Levantó la vista, y al cruzarse nuestras miradas, noté que también una cierta sorpresa se adueñaba de su gesto. Guardó la PDA, dejó su maletín en el suelo y me dedicó una media sonrisa junto con un breve ‘Hola’. Respondí con un rápido ‘¿Qué tal?’ que suelo utilizar como saludo rápido pero que en esa ocasión provocó el inicio de algo más mientras las puertas del ascensor se cerraban. Se acercó a mí mientras yo pulsaba el botón de la planta de recepción del edificio y su respuesta fue contundente: ‘Pues a decir verdad, mejor ahora, porque tengo la oportunidad de besarte... algo que llevo deseando desde que el otro día te vi aquí mismo’.
Ufff... es difícil sorprenderme, debo reconocerlo. Soy una chica con recursos, a la que le gusta tomar la iniciativa a la menor ocasión, pero aquello no me lo esperaba ni mucho menos. Pero la sorpresa desapareció para un posterior análisis cuando su labios entraron en contacto con los míos, en cuanto la punta de mi lengua encontró la suya y su mano acarició mi cuello rodeándome. A su mano le siguió su boca... que besó lentamente mi cuello, justo junto a mi oreja derecha. ‘Mi coche está abajo, me encantaría que me acompañaras allí’.
No recuerdo sentir que las puertas del ascensor se abrieran y se cerraran en la recepción. No recuerdo ni siquiera la parada. Sólo recuerdo estar totalmente concentrada en disfrutar ese beso largo, cálido, sensual y de las caricias de las yemas de sus dedos en mi nuca hasta que llegamos al parking.
‘¿Coche u hotel?’... algo que tampoco me esperaba. Fueron un par de segundos creo, en los que múltiples pensamientos atravesaron mi mente antes de tomar una decisión. ¿Un coche? ¿La última vez no fue el primer año de universidad? ¿Hotel? ¿Esa sensación de chica de alterne acompañando al ejecutivo y aguantando la media sonrisita del conserje? ¿El parking del trabajo....mmmmm eso es nuevo? ¿Un desconocido total pidiéndome esto tras coincidir 2 minutos en un ascensor? ¿El morbo de la situación es suficiente?
‘Coche... pero después me llevas a casa’. Me cogió de la mano y nos dirijimos a un Mercedes SLK 500 negro enorme y brillante que a los pocos minutos tenía los cristales empañados. Nada más entrar en la parte trasera, nuestras manos se retaron a un rápido duelo de desabrochar botones, soltar corbata, desabrochar sostén... mientras nuevas lenguas seguían su batalla particular de quiebros, roces, empujones, nudos y lazos... Mi excitación subió enormemente al notar sus manos sobre mis pechos desnudos, hecho que acompañó mordisqueando mi labio inferior. Mis pezones, pequeños y oscuros estaban muy duros... pendientes de cualquier roce, de cualquier beso, de cualquier lametón o mordisqueo ligero, que llegaron mientras mi falda se soltaba y sus manos hacían descender mis braguitas hasta mis tobillos. Yo intenté dirigir mis manos a su pantalón, para hacer lo mismo que el acababa de hacer, pero con un ligero ‘sssssshhh’ retuvo mis manos, las colocó a mi espalda, me echó hacia atrás para que me tumbara en el asiento trasero y comenzó a besar mis pantorillas, mis rodillas, mis muslos... acercándose lentamente a mi sexo mientras mantenía mis manos en mi espalda. Fue muy intensa la sensación que provocaron sus labios y su lengua en mi entrepierna. Separando ligeramente mis labios mayores, besándome suavemente y rozando hábilmente mi clítoris mientras mi excitación y humedad aumentaban rápidamente. comencé a mover mis caderas acompañando su ritmo. Su lengua subía y bajaba, desde mi clítoris hasta mi culito, muy lentamente, provocando que cada vez me sintiera más abierta, más dispuesta. Mis mejillas estaban sonrojadas, notaba ese ardor en mi cara y en el resto de mi cuerpo. Entonces, y sin soltar mis manos sujetas a mi espalda, me incorporó y me colocó sobre él, que estaba sentado y desprovisto ya de pantalones y ropa interior. De rodillas en el asiento fui descendiendo lentamente hasta notar la penetración, más profunda poco a poco mientras él tiraba de mis manos sujetas hacia atrás provocando que mi cuerpo se arqueara y que mi cabeza quedara entre los asientos delanteros mientras él besaba mi abdomen, mis pechos y mi cuello.
Así, moviéndome arriba y abajo sobre él unas veces y otras dejando que su movimiento de cadera fuera el único ritmo llegamos juntos, prácticamente al unísono, a un orgasmo en él y a varios seguidos en mí. Entonces soltó mis manos y me fundí con él en un fuerte abrazo, notando su sexo aún en mi interior... perdiendo fuerza muy lentamente pero manteniendo aún mi excitación y ardor.
Seguimos besándonos largo rato hasta que ya decidimos vestirnos y dirigirnos a mi casa. Prácticamente no hablamos nada durante el trayecto. Supongo que ambos estábamos digiriendo el suceso. Sólo conocí su nombre, que estaba de paso pues acababa hoy mismo su trabajo y que volvía a la mañana siguiente a su ciudad natal.
Al llegar a mi manzana nos besamos de nuevo al parar el coche, nos despedimos y al cerrar la puerta vi por última vez esos ojos verdes, ese rostro afilado de perfecto afeitado.
Esa noche no necesité ninguna experiencia individual adicional. Caí rendida en la cama, sin desvestirme apenas.
A la mañana siguiente y durante la siguiente semana, permanecí atenta durante mis estancias en el ascensor al llegar y al salir del trabajo. Pero, como ya sabía, él no volvió a aparecer.
Sin embargo, roces en el ascensor o en el medio de transporte hay casi todos los días, ¿no crees?
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